Crónicas de Derecha*
Un texto humano, el de Edgar Cortés.
Por Alfonso Hamburger
Edgar Cortes, con el maestro Alejandro Durán.
Los Cortés son un ejército de hombres y mujeres asentados en el Caribe Sabanero digamos entre Sahagún, Montería y otros ramales que, eventualmente se reúnen para celebrar la vida con fiestas memorables.
La música sabanera, principalmente, pero en general la música, logró el milagro de integrarnos de repente, como si aquello fuera un destino. Asistir a una de aquellas fiestas, donde todos eran familiares, se convirtió en un privilegio testamentario.
Son Cortés con S y no con Z, de lo que se cuida principalmente Édgar Francisco, que me parece un hombre humanitario, además de ser el rey del detalle. Y esa letra parece marcar una impronta que daría para todo un tratado familiar, pero allí comienza el rigor de la exactitud: yo había pensado que todos tenían el mismo perfil ideológico, pero hay diferentes tintes entre unos y otros.
Dentro del montón de hermanos que se reúnen cada año para integrar la familia, distingo a Édgar, que es ingeniero químico, y a Edward, que es ingeniero electrónico.
Nunca conocí a dos hermanos tan parecidos, pero a la vez tan distintos. Ambos son similares en estatura y en el tono de la voz, pero Edward ha crecido más por los costados y tira a rubio. Ambos son musicólogos, manejan la picardía, el sentido del humor, la crítica constructiva y son defensores de la sonoridad sabanera.
Edgar Cortes Uparela.
Édgar, por ejemplo, acaba de legarle a la memoria de los pueblos un texto hermoso, donde se ha cuidado de usar poco – yo creo que lo borró – el término vallenato. Algo muy necesario para desmarcarse de una palabra venenosa, origen del problema.
Edgar es petrista y Edward uribista.
Si se quisiera hacer un tratado de izquierda y de derecha en el ámbito musical, estudiarlos sería interesante. Paradójicamente, la escuela sabanera, que se ubica en la margen izquierda del río Magdalena, ha sido un venero musical mientras la escuela del margen derecho se casó con cuatro aires y parece estancada. Sin embargo, cuando sus cultores quieren apartarse de su rigidez conceptual, toma elementos de la otra escuela y los enarbola como suyos.
Édgar no solo busca el dato preciso, ese que no se encuentra en Wikipedia, sino que se encarga de lo humano, se mete en el alma del músico y quisiera darle bienestar y vida. Les da cariño y calidez. Los hace sus mejores amigos.
Siempre está preocupado por su bienestar familiar y social, de si se enferman, si Sayco les paga bien, de llevarles el detalle, de su cumpleaños, de llevarles el libro, de tomarse una foto con ellos. En este sentido, Édgar es amigo de verdad verdad de Alfredo Gutiérrez.
Al Rebelde le gusta sentirse acompañado de sus amigos en sus actos más sublimes. Antaño, cuando Édgar vivía en Barranquilla, Alfredo apreciaba mucho su compañía por la confianza que le inspiraba. Varios temas que grabó Alfredo a compositores sabaneros fueron sugeridos por él.
El ENCUENTRO
Edgar Cortes, con José Tarcila Ricardo, Mañungo.
Comenzando este siglo fui invitado a una reunión histórica en la biblioteca Juana Domínguez, de Sahagún, cuando aún era una techumbre de palma. Allí nació un movimiento sin junta directiva ni tesorería, que ha funcionado sin burocracia: la Red de Sabaneros militantes, cuyo principal objetivo era que en veinte años Colombia supiera diferenciar una canción vallenata de una sabanera.
No sé si se logró el objetivo cuando la gente aún cree que todo lo que se toca en el acordeón es vallenato; lo único que sé es que aquella reunión, donde la mayoría eran maestros de la música, con mi excepción, que no toco ni la puerta, sirvió para conseguir un hermano en cada uno de ellos, como si fuéramos una sola familia.
Estuvimos en la reunión Julio Sierra Domínguez, el anfitrión, Adolfo Pacheco, Pello Torres, Juancho Nieves, los hermanos Cortés Uparela, los hermanos Paternina Payares, Numas Armando Gil, varios directores de bandas y mi persona. Algunos ya no están.
Cuando publiqué mi texto fundamental sobre la música sabanera, En Cofre de Plata, hace 21 años, lo hice sin grandes pretensiones, con cierta timidez. Fue allí donde se armó Troya. Surgieron voces de apoyo y otras discordantes.
Nadie se había atrevido a insultar a los vallenatos. Una de las voces solidarias fue la de Édgar Cortés Uparela. Edward era más fiestero y contador de chistes.
Paradójicamente, de esa red surgió la selección de investigadores sabaneros que participaron en las deliberaciones para incluir al vallenato tradicional como una manifestación en riesgo en la lista de la Unesco. Se buscaba su declaratoria de patrimonio cultural.
Edgar Cortes, acompañado entre otros por el maestro Leonardo Gamarra, Joaquín Rodríguez y Jesús Paternina Hernández ( Foto de Santabárbara Editores)
Édgar, precisamente en Sahagún, se me acercó para señalarme algunos detalles, y lo hizo con la mesura y calidez de un maestro. Yo no sabía dónde había conseguido el libro, que al decir verdad se vendió y se regaló muy bien en sus dos ediciones. Aquel texto corrió de mano en mano y en Valledupar hizo escándalo.
Desde entonces los vallenatos están en guardia vigilando que no salga una segunda parte.
Édgar Cortés, me imagino yo, se cansó de suministrar tanto dato suyo para la vitrina de otros y tomó la decisión de compilar en un libro Mis recuerdos son aquellos paisajes, más de treinta años de investigación callada y metódica hasta lograr un texto no logrado antes sobre músicos de este lado del río, sin usar la palabra vallenato.
Me atrevo a decir, que armado de paciencia y rigor, como la del sacerdote que visita un alma descarriada para beberse un tinto conversado, Cortés Uparela se inventó un método para sentarse con el protagonista en la intimidad de un patio, sin las afugias del tiempo y sin un niño que jugara a tentar la grabadora.
Y como Édgar no tenía prisa por publicar ni compromisos editoriales, se convierte en el rey del fermento, como el mochuelo o como el vino, que entre más viejo más fino.
En este libro no aparece la mejor entrevista que se le haya hecho a Gustavo Gutiérrez, con quien Édgar conversó en el patio de su casa en Valledupar, pero que figura en el archivo sonoro de La hamaca grande, un magistral programa radial que hizo durante doce años.
Joaquín Rodríguez, en el lanzamiento del libro.
Ni Alberto Salcedo Ramos, que es un referente en este tipo de entrevistas, pudo sacarle tanto a un poeta que se enrosca como un boxeador mañoso cuando se siente intimidado y no quiere dar pelea.
Lo más valioso es que Édgar hizo este trabajo con las tripas, con el alma, sacando los pesos de su presupuesto de trabajador proletario para desplazarse con sus propios recursos por todo el Caribe para saborear un tinto mañanero con los protagonistas.
Incluso, alguna vez se ofreció para llevarle unos bocachicos secos a Noel Petro en Bogotá con el propósito de conocerlo en su intimidad. Y lo logró.
Cortés se desplazaba, cuando estaba más joven, conduciendo un pequeño auto Chevrolet Sprint, para cumplir su misión.
Este sorprendente investigador sabanero es tan desprendido que alguna vez vino de Sahagún a Sincelejo a traerme fotocopia del libro Vallenatología de Consuelo Araujo Noguera, que fue la chispa que incendió todo. De allí partió el reculado del ovejo.
Dentro de tantas primicias de sus investigaciones, creo que la más contundente, sin olvidar el trabajo del Mono Campillo y su similitud con la nota de Alejo Durán, es esgrimir la hipótesis de que el verdadero creador del realismo mágico no fue Gabo, sino Alejandro Durán, cuando se derrumbaron los palcos de las corralejas de Sahagún, más de diez años antes de la publicación de Cien Años de Soledad.
El autor del libro con Noel Petro.
Alfonso Hamburger, periodista y escritor Sanjacintero.
Guionista de diversas crónicas sabananeras de la Confederación Caribeña y librestista de la película Párate Negro, los Sueños del Campeón.
*Crónicas de Derecha: Guiones, ensayos y articulos literarios de escritores que escriben con la mano derecha.
FOTOGRAFÍA DE PORTADA: Cortesía.
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